El término grafiti viene del italiano graffiti, plural de graffito, que quiere decir ‘marca hecha rayando un muro’. Los investigadores que han estudiado este fenómeno han indagado que el grafiti como otra forma de comunicación tiene origen posiblemente en las cavernas, pasando por las paredes de la Roma del Imperio, hasta llegar a nuestra era moderna. Tan extendido se ha vuelto su uso, que de unos años para acá se le viene considerando como una expresión artística, de la llamada cultura urbana.
Autores como Néstor García Canclini en su Culturas híbridas hace sus aportes al respecto. Comenzando por que los concibe como una “escritura territorial de la ciudad”. No se trata solamente de que queramos hacer público nuestro discurso consistente en deseos, pareceres, opiniones, incluso el humor, sino que cuando se habla del grafiti se habla del “control de un espacio”. Entre esas marcas de territorio podemos encontrar referencias sexuales, políticas, estéticas, como manera de enunciar el modo de vida (identidad) y de pensamiento.
García Canclini explica que mientras en Europa su desarrollo tuvo motivaciones políticas y/o económicas, en Nueva York, por ejemplo, surgieron como medios de expresión de guetos. En el caso de América Latina se han fusionado ambas motivaciones, en este caso con un nuevo ingrediente: la sátira. La burla, el cinismo, la crítica al gobierno, insulto abierto, ironía política han sido nuestras marcas características.
Lo anterior no tengo que jurarlo, ¿o le parece poco que -sin miedo a exagerar- podríamos conocer la historia de la política contemporánea de nuestro país a través de las paredes y, eso sí, de una forma muy divertida?
Obviamente la pobreza ni los múltiples problemas sociales, económicos, culturales, entre otros, no tienen nada de divertido, pero acá aquello de “al mal tiempo buena cara” es como el pan nuestro de cada día, y además ingeniosamente en la cara de nuestra ciudad, es decir, en sus paredes, toda vez que leemos críticas contra un partido, personaje político o gobierno, feroces y geniales en la misma proporción.
Siguiendo con los planteamientos del autor, encontramos que otra de las características de estos escritos es que desafían los lenguajes institucionalizados cuando los altera. Ya de por si el grafitear es un acto irreverente, lo cual se refleja en el propio código con el que se expresa, en este caso la lengua.
Acá tampoco debo hacer un esfuerzo muy grande para ilustrar el punto, solo basta con detenernos en cualquier rincón de la ciudad para presenciar los mayores desafíos a las normas ortográficas, sintácticas, y demás, sin contar las de decoro, claro está.
A veces cumplen muy bien aquellas reglas, pero habría que buscar un diccionario -o vaya usted a saber qué texto especializado- para encontrar el significado de grafitis como: “Luis se deja”, por mencionar uno, que podemos encontrar en el centro de la ciudad.
¡Vaya! ¿Cómo explicarle a un extranjero que significa esto? Si revisamos el verbo dejar en el DRAE, encontraremos que tiene más de 10 acepciones, de las cuales la que aplica en este caso es la tercera: Consentir, permitir, no impedir. Luis, como todo sabemos es un sustantivo y se es un pronombre para la tercera persona singular y plural, que se usa también para hacer oraciones impersonales. Como ven, todo en orden, todo muy coherente, pero la realidad es que si no manejamos el contexto, no estaremos seguros de lo cual Luis es tan permisivo.
Sin ignorar las implicaciones éticas, estéticas, morales, urbanísticas o de cualquier índole concerniente, la de comunicar es una de las necesidades más humanas que hay, y así como cualquier sistema de signos es susceptible de interpretación, una arqueología de los graffitis en nuestra ciudad sería una muy interesante lectura de lo que somos.